Mariano Rivera Cross (Jerez, 1945), catedrático de Lengua y Literatura españolas, ha publicado hasta la fecha dos libros de poesía: Siluetas verticales (1996) y Dioses y héroes en retirada (2008); los cuatro volúmenes de Offimóvil, Añicosmos y Entremesiglos (2000-2002); y la novela Dulce virus de la transición (2004).
POÉTICA: Hoy es esta mi poética: Tan extensa, como breve si sólo se toma lo subrayado al final de la misma:
En poesía la imaginación no debe separarse de la realidad, como tampoco se han de separar los sentimientos de la razón. Tal como estamos compuestos, así han de ser nuestros poemas y nuestros libros de poesía: un equilibrio, una armonía entre los sentimientos y el pensamiento, en los que ha de prevalecer la imaginación y han de crearse un mundo poético que alcance lo universal.
El poeta, mejor dicho, sus personajes poéticos, se han de debatir entre el humanismo, deseo de racionalizar el mundo, y las intrusiones de una realidad inmanejable, por lo que, aunque con cierta ternura, la poesía debe ridiculizar los esfuerzos del hombre por atrapar sus experiencias o por alcanzar y poseer las verdades últimas y definitivas. Y es que la poesía, tal vez, deba reemplazar a la religión, pues los dogmas tienden a la inmovilidad mientras que la poesía tiende a reflejar y aun celebrar el cambio.
En cuanto a la forma y al lenguaje poético, no existe un material específicamente poético, puesto que el mundo entero es material para la poesía. No obstante, exige el empleo de unas imágenes y un lenguaje acorde con su época. No olvidemos que toda poesía es poesía experimental, puesto que todo poema no deja de ser una lucha con el tiempo en todas sus dimensiones: históricas, vitales, metafísicas y existenciales, aún sabiéndonos perdedores.
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El grito apache de la soledad
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Nunca sabrás, aunque escuches ruidos
e imagines el color de los ojos
y el color de los labios de la voz femenina,
quienes eran los que hacían el amor
en el apartamento de al lado, o quienes
patinaban en el inmediato superior,
o si le llevaban flores de cumpleaños
a cada uno de los habitantes del bloque,
o si en los ascensores con capacidad
para 4 personas y 320 kilos de peso,
bajabas solo o subías con taciturnos fantasmas.
Pero eso sí, cuando te llegue del asfalto
sonoro el grito apache de la soledad,
podrás hablar con tus vecinos sin que te vean,
sin que te escuchen y sin que posean lenguas.
Por eso te has de sentir seguro rodeado
de presencia ocultas y has votado
a favor de un canal comunitario.
Y cuando de nuevo te llegue la noche,
el calor de los tacones y de las cisternas
le pondrán bufanda de lana al espantamuertes
que guardas, con tanto celo, bajo la cama.
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Un cordero en los ojos
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¿Alguien me puede explicar,
qué hacemos tantos millones de conductores
en autopistas de 4, 6, 8 calles,
sin tiempo para mirar atrás,
cuando la historias de las ciudades,
de las metrópolis, son tan recientes
y aún conservamos un cordero en los ojos?
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Ketchup
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Te vi. reflejada en los espejos
de un McDonalds decorado en rojo.
Todo era frívolo y excitante.
El color del ambiente, el cereza
de tus labios, y el ketchup
resbalando por tu sonrisa.
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Resucita Bob Dylan
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Escucha, chico.
Dime si existe una vida mejor
que ésta que te ofrezco.

Instala tu tienda más amplia
en un vasto prado de horizontes,
tiéndete en el suelo,
escucha los latidos de la tierra
y bebe cuantas estrellas quepan en tu copa.
Corre entre la hierba
las mañanas de aire frío,
pertréchate de armónica y guitarra
y deja soltar las dulces melodías de tu alma.
Y ama, ama a la chica de la melena al viento,
la de la hebilla de cuero,
la de los ojos tristes y seductores.
Ámala y cámbiale de piel en cada amor.

Escucha, chico.
Dime si existe una vida mejor
que ésta que te ofrezco.

Si es mejor la tuya
de la canasta y la cocaína,
la de los besos de chicles de humo
y los tragaperras hundidos en coca-colas.

Escucha, chico.
Dime si existe una vida mejor
que ésta que te ofrezco.

La de las margaritas en el pelo
y una canción en los labios para ti.
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Taquicardias
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Está de móda paseár en glóbo.
Subír una véz por semána las escaléras.
Habér vivído, en pléna soledád,
en un estúdio de la Quínta Avenída.
Peinárse a lo Pére Gínferrér.
Tirárse del puénte de Lóndres
sin herír a las ancíanas. Y sobre tódo,
tenér taquicárdias psicosomáticas
cuando se hábla sólo por las cálles.
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Por las colinas verdes de Sarajevo
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Si yo viviera al este,
por las colinas verdes de Sarajevo,
lloraría de rabia versos de sal,
me introduciría cada obús en el alma
y los lanzaría en cólera de amor
a los cuatro puntos cardinales de las indiferencias.

Eso digo ahora, pero no me lo creo del todo.
Ayer vi en TV2 un reportaje titulado
“La guerra en la antigua Yugoslavia”,
con autobuses volcados, miradas vacías
de sueño en las ancianas con luto
y niños solitarios con cabezas vendadas,
y me impresionaron más los primeros planos
de las fotos en blanco y negro
que la miseria y crueldad del documento.
Además, si cambiaba de canal,
era la guerra civil en el Zaire,
o los atentados del Ira o de la Eta
o la madre que los parió a todos
lo que me hizo acudir de rabia al zapping
nervioso de flashes acelerados de colores,
desconectar la televisión, salir a la terraza,
dar un gran suspiro -aprendido con fuerte
realismo en las Universidades de Occidente-
y mirar fijo un punto azul del horizonte
para dar solución a las heridas abiertas que me llegaban.
Y mientras me preparaba en la cocina
un nutritivo sándwich me iba diciendo:
Es el pago del hombre a su naturaleza pensante.
Es la eterna lucha de las ideas más allá de las palabras.
Es la inexorable fuerza del destino.

Pero si os digo mi verdad,
tampoco me lo llegué a creer del todo.
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Hoy cumple siglo la soledad
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Encontrar un amante tan semejante
que no ocupe plaza en tu alcoba
aunque refleje su imagen
en el espejo del cuarto de baño.
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La bella conquista de la mujer
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Hace tiempo que llegaste a la ciudad
y aún te sigue golpeando
en el corazón su libertad desbocada.

Te levantabas apenas amanecía
y te dirigías a la Ciudad Universitaria
entre arriates de rosas
y hojas pardas por el suelo.
Siempre te gustó caminar sola.
Te entusiasmaba saborear la compañía del silencio.
Incluso escuchabas extasiada aquella música
que de niña nunca llegaste a comprender,
y que, entonces, te llegó enmarcada en la figura de tu padre
apretando los labios con las cadencias de Bach.
Y como los pechos te crecían y te crecían de respirar
todos los aires libres que llegaban a tu buhardilla,
salías a pasear, despreocupada, por las largas avenidas
con amplios y esbeltos pasos de modelo,
mirando en las lunas de los escaparates tu sonrisa burlona,
aquella que te proporcionaba lo que quedó difuso tras de ti.
Y te venían a la memoria aquellos versos rimados en aguda
que a tus quince años habías dedicado a tus profesores
y a tus sueños lejanos, e intentaste, dado que tu cuerpo
iba acumulando más noches de insomnios y abrazos,
escribir versos blancos con sabor a praderas de Arizona.
Y a diario, cuando los gorriones saltaban
y picoteaban en tu alféizar, hacías yoga
para conservar la elasticidad de tus muslos
y poder respirar por entre la densa niebla de la ciudad.
Y acariciabas la tersura de tu vientre y de tus senos
sin pensar en la muerte, sintiéndote eterna
por haber dejado atrás todos los edipos de la infancia,
convencida de poder iluminar tu auténtico espejo interior,
aquel que por vergüenza o miedo
nunca llegaste a sacar del bolso pero que ya había fijado
la verdadera imagen de ti, la que siempre quisiste tener.
El olor al tinte de tu madre, el pueblo y los amigos,
fuiste poco a poco divisándolos con los prismáticos
al revés, y esa perspectiva, te fue proporcionando el suficiente
coraje para romper con todas las lianas de papillas.
Y cuando ibas al cine, al teatro o a un concierto,
cruzabas la mirada con chicos silenciosos como tú,
pero al llegar la noche, de nuevo te convertías
en esa diosa solitaria que sólo sabe amar
más allá de las estrellas y del espacio de la luna.

No cabe duda, aquel otoño, con su aroma de sierra
por los metros y bocacalles, fue tu época dorada.
Y quisiste retenerla en el preciso instante
que la órbita de los años caminaba cuesta
arriba por las avenidas de tonos grises, cuesta
abajo trayendo las tormentas y el frío
de las azules montañas que divisabas en la lejanía.
Esa grata soledad de escribir cascadas de versos
cuando la ciudad cierra los ojos y duerme,
ahora te hiela el lecho con truenos y relámpagos,
y cuando despiertas notas que te vas pareciendo
cada día, cada mes, cada impulso, cada latido
-como un hecho inexorable-, a tus padres.
Pasado el tiempo, con la nitidez de la conciencia.
Y lloras, lloras como nunca lo habías hecho
por las paredes con graffitis de los suburbanos
hasta vaciar las heridas del color de la sangre.
Incluso, has llegado a creer que saldrías derrotada
por las inclemencias que la edad coloca
en cada uno de los áticos donde acariciaste el cielo.
Y, sin embargo, hoy cumples tantas metas
como años anidaste por las terrazas de los bulevares,
y, se diría, que ya posees el gesto propio de caminar
con las puntas rectas de tus zapatos,
y que, como tú habías soñado, ese gesto ya es tuyo
para siempre, hasta el fin de la película de tu vida.
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LA NADA no es un hombre
con cara de payaso.
Os lo aseguro.

Habita en un cuenco de arena,
y aunque, a intervalos, se marche
por un larguísimo paseo
de abetos jamás pisado,
siempre retorna silenciosa,
con el arrullo de su fondo vacío,
a mecer los pensamientos
de los hombres, entre sus senos.
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Y EL VERSO SE HIZO carne
en el dulce sueño del poeta.

Después de todo, filosofar es
aprender a morir en estos versos.
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Bagdad huele a petróleo (Marzo de 2003)
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Sin licencia de las flores, se dio la orden de bombardear las mil y una noches
justo cuando irrumpía en medio planeta el aroma tímido de la primavera.
Cuando en Texas las margaritas comenzaban sin prisas a colorear los prados.
Cuando en Irak, por sus fronteras, picos de nieve se precipitaban a los arroyos.
Como si el deseo que late por las venas de los hombres no fuera gas venenoso
que se filtrara por los tanques, por los misiles, por los radares y los búnqueres.
Y es que el color de una rosa no necesita de otra energía para ser misteriosamente bella.

Unamos nuestras voces para que todas las Casas Blancas se tinten de colores,
para que los uniformes de los militares no manchen el azul de los horizontes.

Acerquémonos con dulzura al enemigo acariciándoles sus pechos, amándoles
sin tregua hasta que el grito de guerra suene como el abrir de los claveles.
La piel cobriza del indio, la rosada del irlandés como la azabache del africano,
enredándose en los brillantes ojos de almendra y en los largos falos del Islam.

Que el perfume de Bagdad siga siendo el de los sueños, los dátiles y la miel.
La auténtica y legítima madre de las batallas para conquistar la
libertad.

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Estos poemas pertenecen al libro Occidente cumple años (1992-2003)


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Marisela Salazar D’Arnott, nació el 10 de abril del 1966, en Ciudad Guayana, Venezuela. Es médico Cardiólogo en ejercicio. Cursó estudios de Filosofía, disciplina en la que se doctoró, y proyecta realizar una maestría en Literatura.
POÉTICA: Encuentro en la poesía de Marisela Salazar D’Arnott un rigor casi científico en la búsqueda de la expresión correcta, que a su vez indaga en la belleza para aprehenderla y manifestarla en sus versos. No se permite, en su poesía, la debilidad de una frase ya dicha, ni el lugar común, al contrario, podemos percibir trasgresión y valentía en sus temas. Yo encuentro un saber de lo abstracto, un gusto por lo conceptual en sus versos que no dejan de preguntarse sobre las inquietudes del hombre que se sitúa inquisitivo en medio del cosmos y abre sus sentimientos a la verdad y a las esencias que la constituyen. Desde lo sencillo a lo cósmico, Marisela Salazar nos abre su decir. (José Luis J. Villena)
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Desvaríos del recuerdo
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¿Cómo cultivar en un jardín errático
si van extraviados nuestros pasos
por caminos donde fluye la luz
lánguidamente?

Por eso, ahora,
en el tiempo de los ocasos grises,
me reservo para la memoria
laberintos claros; y huyo
detrás de sus luces
olvidando a mi sombra confundida
por el eco de las voces vanas
que con sus vacíos arrastran las dichas
contradiciendo a los recuerdos.

Sólo nos salvan las añoranzas,
para traer frente a nuestros ojos
las cosas de los hombres
que jamás nos mentirían.
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Descriptivo
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Eres ese que me mira
como espuma terca quedándose
en la arena de mi mar.

Eres quien calma mi sed
cuando el viento me seca la voz
y humedeces mis labios
unidos a los tuyos.

Eres luna llena,
luna que me desvela al difuminar su halo
guiando mis pasos hasta llegar a ti.

Eres el movimiento de la noche
y danzamos con los secretos de las luces
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Ya despierta, te digo
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Esta mañana
tan sólo quería ver
los haces de luces
jugando con el zumo en el vaso.

Mas mis pensamientos y mirada
se desviaban al fondo oscuro de tus ojos
mientras me mirabas y me hablabas
una y otra vez.

Sin escucharte,
sólo contemplaba cómo se desvaía
el reflejo de mi figura
en el espejo de tus pupilas.
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Sequía
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No cayeron más lluvias
y, día a día, brillaba el cielo
con un fresco y cruel resplandor.

Mis ojos miraban la tierra desierta
sin ver una nube.

Por las noches, las estrellas se destacaban
en el cielo impoluto
con una serenidad perversa.

Así la siembra cesó de crecer,
empezó a amarillear y disminuir
hasta ser una cosecha estéril,
una más,
de mis tiempos de sequía.
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Como nube

Cuando la hierba verdeó, fue la tierra mi bálsamo, llegó el verano suave y me cubrió con su aire cálido sintiéndome envuelta por su manto de sosiego. Mas ese día, vino del Sur una nubecilla ligera flotando en el horizonte, parecía niebla tenue sin vagar como las nubes que se dejan mover por el viento. Permaneció inmóvil, abriéndose en el aire como un abanico cubriendo mi rostro; sentí bajo su sombra que retornaban los grises pensamientos que presagian las calamidades... Debo esperar, sí, debo esperar a que caigan las lluvias para despejar el cielo plantado en mi memoria.
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Felipe Sérvulo. Licenciado en Historia por la Universidad de Barcelona, es miembro de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña. Ha publicado los libros de poesía: Hasta el límite de las violetas (La Mano en el Cajón. Barcelona, 1995), Las noches del sur (Colección Poetas. Jaén, 1996), Casi la misma luz (Tágilis Ediciones. Almería, 1999) y Cartografía de la materia (Diputación Provincial de Jaén). Su obra ha sido parcialmente recogida en algunas antologías: Verde – Blanco. Poetas andaluces (Málaga, 1982), Alga, 10 años de literatura (Castelldefels, 1992), Poetas (Ayuntamiento de Ponferrada, 2000), La espuma de los días. Selección de Anna López (Castelldefels, 2002), Así escribe Andújar (Ediciones Plaza Vieja. Andújar, 2005 y 2006) y 10 de Barcelona (Abadia Editors. Colección Lluerna. Maçaners, 2008). Ha obtenido, entre otros, los premios de poesía: Blas Infante. Cornellá de Llobregat, 1986, 1987, 1988; Sant Jordi. Castelldefels, 1986, 1987; Salvador Espriu. Barcelona, 1992 y Ciudad de Ponferrada. Ponferrada 1997.
POÉTICA: Padezco, con frecuencia, la presión de las palabras. Dudo un instante e intento ignorarlas, pero las palabras tenaces, se propagan relampagueantes por mi cerebro y quieren que las muestre. Intento coordinar los sustantivos, los verbos, los adjetivos, los pronombres, los adverbios… pero vienen en tropel; me apabullan, me confunden y no acierto a ubicarlos. Poco a poco las emociones se serenan y surge la precisa belleza. Aparecen tímidamente los arpegios, las crisálidas, las magnolias, las azaleas, las lilas, las aliagas, las besanas, los nenúfares, los céfiros, los solanos, los azules sin fin, que van encajando en el blanco, como encajan las manos cuando se estrechan cálidamente. Quizás, lo más difícil de la escritura es conseguir el ritmo. A menudo me agota y me hace dudar que exista lo que, impropiamente, llamamos inspiración. Pero el ritmo, como un susurro, va apareciendo y se hace presente y cadencioso en cada término, para acabar como una melodía que configura y sostiene como un esqueleto, la íntima estructura del escrito. Cuando lo consigo, despierto, me miro y entonces comprendo por qué sigo vivo.
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RESULTA que descubres
la palabra mayo
y esperas las estaciones
como una verdad.
Luego, la ciudad
muestra su faz envejecida,
la multitud envolvente,
la calle inmensa que desanda pasos...

(Al declinar la tarde
vi al hombre del fez
y a la mujer de los zarcillos,
y supe por qué, extrañamente,
se ama la distancia).
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DEBES creerme:
yo conozco otra ciudad
de apenas media luz.

De ropas como banderas
en los balcones.

Historias imposibles, un cielo sin consuelo
y días que humedecen.

Yo sé que este aire fronterizo
no arrastrará olores,
ni la rancia charlatanería de los trileros.

Mujeres en los portales,
soledad y cuatro palabras pobres
que se exilian: tal la vida
camino de La Rambla.
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CUANDO llegues, sí;
cataremos la malvasía
que inútilmente envejece
y aspiraremos el humo
de alguna hierba.

Cuando llegues, sí;
desbordará el calor
por nuestra piel,
y, quemar las naves,
será nuestra revolución.

Y si a las vísperas, tú,
te sientas a la mesa
y hacemos fuego,
será mi boca
la liebre al mediodía,
la jara pegajosa
en la cintura
y al norte, pasando
la serreta de tu pecho,
la fiesta en el portal
de tus labios.

Más lejos de ti,
reina del desierto.
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APARECIERON las horas,
pero las horas eran tuyas
y te volvían por el crepúsculo.

- Aquí sólo reina el tiempo,
me dijiste,
y los blancos rebordes
de las formas.

Apareció el camino
y pensé donde tu cuerpo,
pero mis manos de nubes
encontraron la lluvia,
hielo en el patio
y su cerezo seco.

Hierve el mercurio
de la fiebre
y la loba que baja
y bordea la cama fría...

Al levantarme,
encendí tu nombre
y el candelabro de plata
para seguir viviendo.

Que al despertar,
me confunde la aurora
y la aurora al día
y el día que te pierde.
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DICES que por oriente se fue
aquella muchacha rubia.

Y que apenas sería la mañana,
que ya trajo el arroyo
el color granado de la sangre.

Tú sabes que en un segundo
puede perderse el sol,
sentir la plañidera vieja
y, en los días de derrota,
sentir a cientos los instantes de la vida.

Pero, recuerdo, había otros sueños.

Y sucede que te hablo
desde un octubre sorprendido
en sus primeros fríos.

Bien lo sabes:
aquellos atardeceres rojos,
(quiero decir, mágico silencio).

Se acabó. Quizá el mar o el viento
ya no existan,
(quiero decir, nostalgia viva).

Y sucede que es otro hogar
la lluvia primeriza,
la primavera inútil
que pudo ser y no fue nunca.

Y es que te hablo
desde la palabra imposible,
(y quiero decir su nombre).
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Norma Segades–Manias, nacida en la ciudad de Santa Fe, Argentina, el 5 de junio de 1945, es autora de: Más allá de las máscaras (1989), El vuelo inhabitado (1990), Habitantes del paisaje, capítulo Mi voz a la deriva (1990/1991), Tiempo de duendes (1991), El amor sin mordazas (1992/1994/ 2004), Crónica de las huellas (2000/ 2004), Un muelle en la nostalgia (2001), A espaldas del silencio (2002), Desde otras voces (2004-2005), La memoria encendida (2004), Pese a todo (Formato CD año 2004) y de los libros inéditos A solas con la sombra, Bitácora del viento, Historias para Tiago y Ellas.
Parte de su obra ha obtenido numerosas distinciones entre las cuales podemos citar el Primer Premio y Mención de Honor Certamen Provincial Alfonsina Storni (1988), Segundo Premio Nacional Certamen Plaza de los Poetas “José Pedroni” (1989), Premio Edición Certamen Regional Rosalina Fernández de Peiroten (1990), Premio Edición Certamen Internacional Villa de Martorell, Barcelona, España (1992), e integra las antologías Como ángeles en llamas, algunas voces latinoamericanas del siglo XX (2004) y Los ángeles también cantan, setenta poetas latinoamericanos (2005), editadas por la Casa del Poeta Peruano con el auspicio de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega.
En 1999 la Fundación Reconocimiento, inspirada en la trayectoria de la Dra. Alicia Moreau de Justo, le otorgó diploma y medalla nombrándola Alicia por su actitud de vida y el Instituto Argentino de la Excelencia (IADE) le hizo entrega del Premio Nacional a la Excelencia Humana por su meritorio aporte a la cultura; y en 2005, el Honorable Concejo Municipal de la ciudad de Santa Fe la distinguió con el nombramiento de Santafesina Destacada por su talentoso y valioso aporte al arte literario y periodismo cultural.
Ha actuado como jurado en certámenes nacionales e internacionales, fue presidenta de la Asociación Santafesina de Escritores durante los períodos 1997/1999 y 1999/2001, co-directora de Gaceta Literaria de Santa Fe en su estructura impresa (1997/2007). Desde 2004 se desempeña como directora de la revista cultural Gaceta Literaria Virtual; de la Editorial Alebrijes y fundadora-coordinadora del Movimiento Internacional de Escritoras “Los puños de la paloma”.

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La escritora


xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx... porque hasta el último hálito de vida
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxvoy a aferrarme a la conciencia.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLeticia Ricárdez (México)

La voz estalla en huecos de conciencia
con un gesto de espiga reclamándole al siglo sus silencios culpables.
La voz se eleva triste, sin ritmo de panfleto admonitorio
ni cadencia de muerte multiplicando coágulos
ni palabras convulsas.
La voz busca engendrarse
con semen de fogatas pulsando en la vigilia,
en el cántaro azul de una esperanza ejercida a mansalva.
La voz quiere ser clara como el agua en la lluvia o la luz en la aurora.
La voz quiere ser largamente pura.

Pero ella no suscribe al disimulo,
renuncia a los secretos, abdica a los disfraces, reniega de mordazas.
Entonces ya no puede consentir los dolores encrespados,
admitir los vendajes que ciegan las pupilas,
omitir la denuncia.
Entonces se apasiona,
entonces se derrama como un bálsamo tibio
entre todas las llagas rigurosas, entre todo el agravio,
entre todos los odios que invaden la intemperie cuando la vida exhibe
sus colmillos de eclipses y penumbras,

inventa algunas treguas tutelares,
alguna fe propicia que le encienda horizontes a pesar del espanto,
algún síntoma breve de escasas indulgencias malheridas,
un resto de plegaria agazapada
que funde otra liturgia...
Pero en el fondo sabe
que algo viene creciendo a través de la pena
que, más allá de la quietud del viento, el hambre anda en jaurías,
que tiene el corazón de pie en las coordenadas del más hondo cansancio,
que tiene el corazón sobre la furia.
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©Libro editado: De Desde otras voces
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Colmillos al acecho


.............................. ...el hombre es el único animal que mata por deporte...
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Cuando perfila vértices el llanto en úteros noctívagos de luna,
soledades de musgos ateridos sofocan el sonido de los pasos...
y manadas de hienas tenebrosas observan
con codicia
la inocencia
extraviada en las pieles del cansancio.
No gime el viento su advertencia oscura ni quebranta pupilas el follaje
y desde madrigueras desvalidas
inquietudes de vísceras insomnes olfatean distancias y presagios.
El peligro está aquí,
lo sabe el miedo,
lo desnuda el instinto desgreñado.
Es un reptar de escamas,
un crujido amotinando sombras y relámpagos.
Por latitudes de estertores ciegos,
con sus hordas de muertes implacables,
anda el hijo del hombre,
amo del tiempo,
señor de los colmillos emboscados.
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©Libro inédito:
De A solas con la sombra
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Malintzín
Canto de sombra por la princesa Malintzín que traicionó a su raza a cambio de un puñado de caricias
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Malintzín
la traidora
piel de lunas bravías degradada por hordas de besos extranjeros
cabalga junto al viento desciñendo
salvaje
su larga cabellera de demencias prolijas
mientras la noche cae sobre el agua esmeralda sobre espectros de sauces sobre piedras hostiles.
Mientras cae la noche sobre dulces nopales sobre templos sin fuego
y sueña Moctezuma presintiendo los sordos pasos del exterminio
y México es la madre la tierra dolorosa que teme gime llora
que cobija con furia la ansiedad de los hombres temblando en sus raíces.
Malintzín
la traidora
sucia de amores sucios
establece en el tiempo su amor sin horizontes
su trágico destino de repudio encrespado
esboza en la distancia perfiles de patíbulos junto al lecho culpable
funda los precipicios donde el odio despeña la unidad de su estirpe.
Capturada en la urdimbre de jadeos exhaustos de caricias violentas de miradas impuras
permite a la serpiente penetrar sus misterios con vértigo de estambres
y niega los indicios
y oculta que los dioses son un fraude muriente aferrado al encono a resecas matrices a insomnios impiadosos a miedos desbocados
a oscuras pesadillas donde abordan navíos para huir de la peste de miserias y hambrunas de gusanos feroces devorando intestinos
de la amarga pobreza que olfatea sus huellas con los belfos tenaces de tenaces mastines.
Su pecado es amarlo
su imprudencia es amarlo más allá del presagio que ultraja filiaciones de pájaros silvestres
su condena es seguirlo como una loba en celo sin preguntas ni treguas
porque ella es una pena
un gesto apasionado repetido en el viento que agosta los jazmines.
Malintzín
la traidora la infiel la renegada
la que entregó en Tabasco su nombre y su vergüenza
la que arrojó al silencio su sangre en rebeldía su dignidad hirsuta su castidad de espino
alzando silabarios de lenguas amarillas
desnuda
deshonrada
cabalga entre los buitres.
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©Libro inédito:
De Bitácora del viento
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Acerca de los sueños
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El señor de los pájaros fue el primero de todos sus hermanos en transformar la soledad en música.
Nació predestinado a largas cabelleras,
tristezas de magnolias derivando en los cauces de la sangre
y esas ciertas sonrisas que no alcanzan para encender los ojos.
En sus días,
las ramas de los nísperos, de los olivos y los limoneros
capturaban canciones y poemas bajo el silencio azul de las escarchas.
Era hijo del viento y de la reina de las mariposas.
De su padre heredó las levedades,
el idioma de ciertos semilunios,
las fragancias
y los desmesurados torbellinos.
De su madre los vuelos,
nostálgicos, tenaces, minuciosos, translúcidos,
los universos verdes.
Creció en medio del huerto y engendró la esperanza en tiempos en que pocos recordaban el destino final de los senderos
y algunos talismanes ya habían abdicado a deshacer hechizos
y los dioses de las vegetaciones traicionaban los pactos.
Con sus uñas de plata desarraigaba voces que insistían en aferrarse al alma del crepúsculo
y se obstinaba en desceñir cadencias en el ritmo preciso,
en la exacta bravura con que la noche,
siempre acantilada,
interceptaba el pulso de la tarde.
El señor de los pájaros establecía sus insurrecciones
en esas latitudes donde se santiguaban las glicinas y desovaban lunas los relojes,
entre caparazones de tortugas heridas por el rayo de la muerte.
Durante interminables desconfianzas las sombras intentaron extirparle los sueños.
Durante largos miedos ocultó las heridas,
esas llagas que olían a cadáver o a lágrima o a niebla.
Durante dudas y fugacidades regresó sin abrazos por el camino de los tulipanes.
Hasta que en las riberas del otoño,
una begonia con un ala rota atrapó su mirada
y se reconocieron.
A su boda asistieron sólo las mariposas.
El viento ya no estaba.
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©Libro inédito:
De Historias para Tiago
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Dolores Ibárruri
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Nacida en Gallarta, Vizcaya, importante centro minero, a temprana edad se suma a los movimientos obreros que defendían los derechos de los trabajadores, ideales que no abandona hasta su muerte. Vestida siempre de negro, Pasionaria fue una verdadera adicta a la lectura que así afirmó su vocación política, encauzándola a través del peridismo de partido. Tuvo seis hijos, de los cuales le sobrevive sólo una mujer. Puesta a elegir, sacrificó sus ideales políticos a su vida sentimental. Murió en Madrid, en el transcurso del año 1989. Tenía 94 años. Madrid – España (1989)
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He venido muriendo casi un siglo.
Tantas muertes he muerto
que esta muerte me encontrará más viva que ninguna.
Me encontrará
buscando entre las ruinas
lo que ha quedado en pie de aquellos sueños.
He sepultado cinco de mis hijos.
Cinco veces he muerto.
Cinco veces.
Cargo este luto hecho a la medida de todas las infamias,
los olvidos,
las ausencias que lloro en los inviernos.
He defendido a un pueblo fatigado surgiendo de las minas,
de las fábricas,
desde los codiciosos latifundios.
Un pueblo que se aferra a la esperanza en medio de un oscuro desaliento.
He abrigado su sólida impotencia,
el dolor visceral de un hambre sólida,
sus carencias,
sus fiebres,
sus sudores,
sus revueltas obreras sofocadas por la furia impiadosa del ejército.
He abjurado de toda cobardía,
toda falta pasada o venidera que me aleje un instante de la lucha.
Soy Dolores Ibárruri,
la vasca,
la que anduvo las sendas del destierro.
Soy madre,
soy mujer,
soy militante.
Mi coraje establece barricadas contra la sumisión,
contra la entrega,
contra la mansedumbre empobrecida que se nutre en las médulas del miedo.
He nacido del fondo de esta tierra,
austera como encinas
y castaños
y madroños robusteciendo hogueras,
férrea como sus férreos minerales y su oleaje cantábrico en el viento.
Soy Dolores Ibárruri,
la vasca.
He venido muriendo casi un siglo.
Una centuria de despojamientos hasta llegar aquí,
sola,
vacía,
en la impecable orilla del silencio.
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©Libro inédito:
De Ellas

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Ismael Cabezas nace en La Línea (Cádiz) en 1969. Es Graduado Social por la Universidad de Granada. Actualmente realiza estudios de Antropología Social y Cultural en la UNED. Ha publicado los siguientes libros de poemas: La herencia bastarda de los días (La Línea, Ayuntamiento, 1999), Breve tratado de melancolía (Aula de Literatura “José Cadalso”, San Roque, 2001), Premio “Arte Joven de Poesía 2001”, Ayuntamiento de Madrid, En mitad de ninguna parte (Madrid, Ayuntamiento, 2002), accésit al Premio “Arte Joven Creación Literaria 2002”, Ayuntamiento de Madrid y El otoño del solitario (Editorial “Corona del Sur”, Málaga, 2003). Parte de su obra ha sido recogida en antologías como Jóvenes poetas del Campo de Gibraltar (Aula de Literatura “José Cadalso”, San Roque, 1999) y Cónclave de náufragos (Universidad de Cádiz, 2000). Se han realizado acercamientos críticos a su obra en Signos sobre la ceniza (Autores y libros en el comienzo de siglo) de Juan Manuel González (Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2002). Su último libro de poemas es Paisaje para un ciego (Fundación “Luis Ortega Brú, San Roque, 2008). Es miembro del Instituto de Estudios Campogibraltareños.
POÉTICA: Observar la realidad exterior e interior, como se imbrican ambas. Reflexionar. Y llegado un momento, sin saber exactamente cómo, se decanta el poema. La imagen. La palabra exacta. Los lirios podridos.
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Una de las formas de la tristeza
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Abandonaste el colegio a los 12 años
y jamás has leído un poema,
ni echas un vistazo
al gris periódico grasiento
que yace arrugado en cualquier rincón,
-apenas vas siquiera al cine-
ni tienes aparato de radio
en tu habitación alquilada
del Hamilton Motel,
sólo sirves ginebra a vejestorios
borrachos que murmuran obscenidades,
y tu cuerpo delgado, de piel tal vez
en exceso blanquecina, se desliza ágil
entre las mesas, pisando el sucio serrín
húmedo de saliva de moribundo,
un reflejo de turbias aguas de pantano
tus ojos verdes que se deslizan
entre los vasos a medio acabar y las colillas
mal apagadas,
recuerdas a aquel personaje
que volvía loco a Bandini
en algunas novelas de Fante,
pero hay noches, en las oscuras
y torvas entrañas de la madrugada,
cuando apenas queda algún cliente
sentado en viejas sillas de mala madera,
que pago unas cuantas de tus copas de bourbon
y fumamos del mismo cigarrillo
y te hablo de un tipo griego que escribía
poemas sobre el paso del tiempo
Atenas y la belleza de los cuerpos jóvenes,
y tú me dices que una vez intentaste
abrirte las venas pero en vez de sangre
manaban tus muñecas sucios diamantes negros,
que tienes veinte años y te acuestas con cualquiera
y que la vida te parece algo extraño
como un pájaro con un ala rota
que sabe que jamás volverá a volar,
y te digo que hay franchutes
que llaman a eso angustia existencial,
pero que tan sólo son palabras en un libro,
y los libros, ya se sabe, de nada sirven
cuando un pájaro no puede volar.
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Poética
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxentre tantos fantasmas, y tan solo.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxJuan Cobos Wilkins
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxDeja que los demás discutan acerca de mi dolor
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxmi dolor es ahora de dominio público.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxMalcom Lowry
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Hombres que regresan con la camisa sudada
a una habitación de alquiler donde nadie les espera
y tras la voz automática y el breve sonido de la señal
sólo aguarda una vez más el horror del silencio,
lágrimas de una delgada chica adolescente
que espera sentada en una incómoda silla
de plástico blanco vencida por el peso
de tantos que esperaron antes igual que ella,
iluminada por la luz mortecina de la muerte,
esa luz tan blanca de los hospitales y los tanatorios,
la madre con ropas de domingo que visita
al hijo que ha sido derrotado por la vida
besado por sucios y fríos labios de plata,
se sienta en el borde de la cama
y pasa sus suaves dedos por el negro cabello espeso,
oscuro como la más antigua melancolía,
el cigarrillo que la camarera enciende
tras el último turno en la madrugada de febrero
antes de subir a su vieja motocicleta,
la soga deshecha de los ahorcados
como una negra amapola que ha sido deshojada,
los ajados y amarillentos cuadernos
olvidados en un viejo cajón que ya nadie abre
donde trazaste tus primeras letras
y escribiste por vez primera tu nombre,
esos maderos podridos
en las aguas negras de la noche,
son las palabras, la poesía.
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El viejo tópico
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLas chicas ya son viejas o están muertas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxJoan Margarit
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A la edad de cuarenta años
se descubren entre otras muchas cosas
que no había belleza alguna en ser maldito,
aquellas chicas con cicatrices en las muñecas
que quemaban sus pálidos brazos
con sucias colillas de desconocidos,
y esnifaban tambaleantes en cualquier servicio
de una gasolinera de paso a las diez de la mañana
amplias y copiosas rayas de coca
con las bragas húmedas de flujo y orina,
aquellas que nos parecían ángeles rebeldes de Milton,
sólo eran dueñas de una extraña melancolía
y sus rostros acababan asemejándose
a las máscaras de Ensor cuando la luz
del día empezaba a brillar de nuevo,
aquellas chicas puede que ahora
trabajen como contables
y vistan trajes oscuros de suaves telas,
divorciadas y solas con un hijo
al que apenas logran ver
y el tiempo haya sajado su mirada
con un pálido y turbio reflejo
como podrida agua estancada,
y qué decir de nosotros que gritábamos
versos de Leopoldo María Panero
ante la última botella vacía de absenta
y nuestras venas eran extraños hilos
de un laberinto cárdeno y purulento,
queriendo morir en París sobre vómitos,
dilapidando nuestros escasos ingresos
en telas de encaje y viejos anillos de plata,
nosotros, sí nosotros, que escribíamos
versos de Baudelaire con sangre
de heridas que volvíamos a abrir
una y otra vez sobre las paredes
de mármol de las sucursales bancarias,
ahora el tiempo resbala frío en el pecho
sentados en oscuras oficinas de algún ministerio,
ajustando balances y finalizando auditorías
cuando la medianoche está ya cercana,
y todo aquello fue la más burda farsa,
una treta idiota para engañar a la vida
que tan sólo sirvió para hacernos llorar
cuando se acercan los primeros días de invierno
y a solas apagas la luz, y es la muerte
quien nos sirve ahora la última copa.
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Boca de metro
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When I was just a baby my mama told me. Son,always be a good boy, don´t ever play with guns.But I shot a man in Reno just to watch him die.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxJohnny Cash

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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPara Alicia López
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A veces tienes los ojos de un perro perdido
en mitad de la noche que aguarda la muerte,
o la sonrisa de un tipo con nariz rota
que abre un cartón de vino barato con los dientes,
tomas demasiadas pastillas para dormir
aunque sabes que no sirven de nada,
y enciendes un cigarrillo en medio de la madrugada
y observas pájaros que beben agua sucia
que sale de los tubos de aire acondicionado,
y tu madre pasea con el traje de los domingos
por la calle principal de una vieja ciudad de provincias,
se sienta a horcajadas en aquella moto
donde tu padre ahora sonríe para siempre,
y has buscado el amor con cualquiera
que hubiera leído In cold blood
y dijese alguna palabra hermosa
en el vaho de la tiniebla de noviembre,
cualquiera que te dijese que tus ojos
eran de un extraño jade, tus labios
el más preciado rubí guardado
durante décadas en una caja de plata,
y te daba igual que todo fuesen mentiras
como huesos podridos que desgarran
la tierra llenos de inmundicia y carne seca,
palabras gastadas como los ojos de un ciego,
seguías quemando en silencio colillas
en tus brazos encerrada en el baño,
y llorabas, llorabas como si fueses
la primera mujer que lloró en el mundo.
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Invierno
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Ahora que el invierno se acerca
en la soledad de las frías calles
donde antes caminaba la belleza,
la piel tersa objeto de deseo,
y la tiniebla aguarda tras los cristales
dormidos en silencio,
ahora que el invierno se acerca,
pocas cosas pido a la fortuna,
algo de frugal alimento
y un lecho no demasiado viejo
donde pueda descansar mi cuerpo ya cansado,
unas raídas ropas que envuelvan
mi carne débil y salven
del feroz viento y la lluvia moribunda,
unos cuantos libros de poemas
y un antiguo tocadiscos donde poder escuchar
the food that i´m eating is suddenly tasteless,
y si es en extremo generosa
un cuerpo de mujer que poder
abrazar en medio de la madrugada
y mantener así alejados de mi puerta
el dolor y la muerte.
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Paloma Fernández Gomá nace en Madrid en el año 1953 y reside en Algeciras desde el año 1969. Ha publicado El ocaso del girasol (1991), Calendas (1993), Sonata Floral (1999), Senderos de Sirio (1999), Paisajes íntimos (2000), Umbral de vigilias (2000), Cáliz amaranto (2005) y Ángeles del desiero (2007). Su obra está recogida en distintas antologías y ha sido traducida al mallorquín, árabe, inglés e italiano.
Fundó y dirige la revista cultural de ámbito internacional Tres orillas, que edita y patrocina la A.M.P. Victoria Kent de Algeciras.
Es miembro de honor de la AEMLE ( Asociación de Escritores Marroquíes en Lengua Española ), asesora literaria del Instituto Transfronterizo del Estrecho de Gibraltar, y forma parte de la junta directiva de la Asociación de Críticos Literarios y Escritores de Andalucía, así como de la AMP Victoria Kent de Algeciras. Delegada por la provincia de la Cádiz de la ACE en Andalucía, también pertenece a la Asociación Mujeres y Letras, de Barcelona, al Instituto de Estudios Campogibraltareños y a la Fundación Al-Idrisi de cooperación hispano marroquí. Coordinó el libro Arribar a la Bahía, encuentro de poetas en el 2000. Tiene publicados relatos y poemas en suplementos y revistas literarias.
POÉTICA: Paloma Fernández Gomá muestra un inusual respeto por las culturas próximas al Mediterráneo que, con saña sufren las desigualdades de un mundo inarmónico. La catarsis interior que impulsa a la autora no es una mera impostura, trasparece en sus libros como un cuño, como un sello de identidad. En definitiva lo que mueve a nuestra poeta en este proceso de reconstrucción literaria es el deseo de despertar esa innata capacidad del ser humano de renacer de sus cenizas, ese denuedo para conquistar lo inconquistable, ese ansia no domada de amor con mayúsculas que a veces dejamos que se apague, cuando en el fondo todos sabemos que sólo el eco eterno del amor posibilita la vida y extrae del más profundo surco el surco de la existencia.
(Manuel Gahete)

Pegaso negro
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Esta senda de ceniza habitada
por cimarrones que ostentan crines de silencio
se ensancha hacia el mar,
abriendo insólitos cauces, en torno
a un eco incierto que habría de propagarse.

Después llegaron las horas del magma,
el jadeo de los ausentes,
el sueño petrificado en las laderas
y el alféizar siendo penetrado
por el pegaso negro,
que sólo transita el ritmo pausado de las hojas
y se adentra en el hogar bajando el laberinto,
para depositar su relincho
sobre el tálamo de los cuentos.

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Osado caballero
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En el ademán que determina
la triste figura de quien vistió coraza
y lanza en ristre con bacinete calado,
cruzó el páramo;
ciñéndose tras sí
todo un horizonte
cuajado de madura escarcha,
nutriendo historias trasnochas de mares de sal,
de ojos que profundizan
el rigor de la noche
y ocultan las faz de gigantes,
arremetiendo contra la lluvia.
Queda el espolón oxidado,
en el arrecife hundida la barca
y detrás de las páginas en blanco
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Amaranto
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Ajeno al devenir de las olas
no se detiene ante el tiempo,
declama en soledad su eterno deambular;
siempre atento a la materia, que hostil
a su paso, se lamenta .
La herida es dilatada, habitáculo de hojas alrededor
Del otoño.

El amaranto no sucumbirá a la embestida de graznidos;
el eco del monte profetizó que habita
un latido atemporal
en el numen de los frutos,
aún por florecer.
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(De Cáliz amaranto, 2005)
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Marina
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Llegaría la savia del agua
a punzar el margen de la orilla,
prestando su eterna apariencia
de paisaje marino
que resbala sobre la acuarela
añorando una infancia añeja
de acordes sin memoria.

El pasado vuelve, recordando
otros momentos en las horas de la arena.
Ocres pinceladas de un mar sin riberas
palidece ante la memoria.
Carámbanos y volutas depositarios de olvido
tiñen el gris de un tiempo atrapado
que no ha de volver.
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(De Ángeles del desierto, 2007)
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Ángeles
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La sola voz del ángel azul
germinó el réquiem
que hubo de quedar tapizando
el hueco de la luz.

Y una esfera de arabescos delimitó
la realidad de algunos iniciados
que hubieron de auspiciar
la profecía
en los pasos que preceden
a la hora del declive.

Acaso hubo un néctar imposible
adherido a la cerne
para mostrar la luminaria de los espejos
que desafía el cerco del agua
o la médula del tiempo,
anclada junto a lagunas extensas
donde se rinden la venas
y pulula la nave del céfiro
en el júbilo del retorno.
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx(De Ángeles del desierto, 2007)

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Juan José Alcolea (Badajoz, Socuéllamos, 1946) fue Profesor Mercantil y Licenciado en Geografía e Historia, ahora es o quiere ser poeta y agavillador de poetas, por eso es miembro activo de Verbo Azul y codirige su revista La hoja azul en blanco. Colaborador de numerosas revistas y páginas Web relacionadas con la literatura, ha publicado Dejadme mi libertad (Barbastro, 1998), Cerco de sombras (Verbo Azul, 2004), Sin más demora (Ediciones Vitrubio, 2004), Pues fui de llama amor: estas cenizas (Bujalance, 2005) y Paisajes para un atardecer (La Laguna, 2006).
POÉTICA: Como toda pasión encontrada en edad madura, el deslumbramiento de la poesía ha supuesto una ruptura y un importante giro en su proyecto vital. La búsqueda del tiempo perdido y de la propia validez, la nostalgia de las palabras nunca dichas, de los sentimientos jamás verbalizados, el imposible afán de no perder el contacto con los ya ausentes, junto al inmenso gozo de sentirse coparticipe en la Creación, aunque sólo sea de la efímera arquitectura de un poema pueden servir, o no, para conformar una posible poética. Todo ello adobado por una especial mística de la musicalidad y una visión panteísta de la naturaleza.
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ESTÁN LLOVIENDO MARIPOSAS MUERTAS
por un otoño de árboles inmenso
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxLa levedad alcanza cotas imposibles
y la nostalgia adorna el alma de recuerdos
xxxxxxxxxxxxTodas las memorias se agrupan convergentes
y sopla irreverente por el alma el viento cierzo
xxxxxxxxxxxxxMas pasará este tiempo dorado de angostura
y pasará la luna frígida de invierno
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy en las abiertas colinas de la aurora
para otro sueño
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxel sol de marzo nacerá de nuevo
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Umbral


La muerte es latitud de amaneceres imposibles,
paralelos tan al Norte, que una noche y un silencio
se acuestan para despertar ingenuamente nunca.
La muerte es adecuación de latido, sueño y piedra;
consumación alcanzada de un insaciable proyecto que es el tiempo,
de un tacto exasperado de impaciencias que es la vida.
La muerte es un trayecto amojonado de luz y de distancia,
de siembra y de cosecha , de espera atenazante y de codicia.
La muerte es el final para un principio apenas imprevisto,
la puerta y el umbral donde se acaba el hálito del yo para sumarse
al viento de un Total desmesurado, al ámbito esencial de un absoluto
perennemente ajado ya del tiempo.
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El fauno y el corazón


Van buscando otras citas mi nombre por férvidos labios
y me engarzan cual hebras de sombra con pálidos velos
y en el agua que bebe su imagen la boca del fauno
mil cristales las ondas destapan con túrbidos dedos.
Halla el hambre a su vieja garganta los goznes ajados
y en callados zaguanes marchita sus flores el sueño
y aunque quiere que atrape la vida de hiedra sus brazos
sólo puede libar por sus ojos belleza en silencio.
¡Pobre fauno que mira la tenues ondinas bañando
su desnudo fugaz de amaranto por mórbidos cuerpos
y no puede con tactos de lluvia su caña tocarlos
ni robar su blancura inocente con cápridos besos!
Alza el fauno su oscura mirada y se vuelve despacio
y una mueca de rabia cansada le crece por dentro,
y, dejando su huella marcada en el molde del barro,
se me viene muy lento y, hastiado, se mete en mi pecho.
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¿Poética?
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Estoy queriendo escribirme
pero no comprendo ni por qué ni cuándo
nació esta absurda idea en mis bolsillos.
Estoy queriendo escribirme
desde la vieja luna de un armario
y el corredor sin fondo de una alberca.
Desde el cristal del ojo de una abeja
que está brujuleando entre las flores,
desde una blusa vieja de mi madre
que está maullando rota en una silla
y no puede calzar sus mangas muertas
estoy queriendo escribirme.
Estoy queriendo escribirme
desde el bocado de Eva a la manzana,
desde la absorta cara del gusano
que el Libro confundió con la serpiente.
Desde el lobo feroz que a Blanca Nieves
del sueño despertó con siete leguas,
desde el gato con guantes de boxeo
y el ogro que acabó como poeta.
Estoy queriendo escribirme
aún a pesar de todas las edades,
aún al trasluz de todos las espejos
y el antifaz de todas las derrotas.
Aún así, estoy queriendo escribirme;
matraz del vino en posos que contengo,
rumor que en las aceñas aún molturo,
estoy queriendo a muerte aquí escribirme.
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Ebria oscuridad
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Está toda la mar puesta de bruces
buscándote en los labios su otro abismo
y un techo de plumón arropa el aire
mintiéndole mortajas a la luna.

Toda la oscuridad bebe en silencio
los últimos paisajes que le ciegan
las bocas entornadas a la noche,
y en un jirón abierto de tu nombre
cuelgan su luz las últimas gaviotas
como un fanal despierto a cualquier duda
que pueda intoxicar mi borrachera.

Tal vez pudiera ser todo mentira
y no bebí jamás sed de tus besos;
ahora ya es igual:
todos los barcos
conducen a tu puerto mi derrota.

En un salón que antaño fuera olvido,
y en los brazos de un arpa ya sin cuerdas,
si vuelves, hallarás mis cartularios
y tu pecho escanciado en mil poemas.
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En Socuéllamos, a 16 de mayo de 2008,
están las golondrinas agrietando
las hebras de la luz con sus corcheas
y el tiempo se ha posado entre las manos
abiertas de mi padre mientras duerme.
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Ana Garrido Padilla (Madrid, 1966) se licenció en Ciencias de la Información y ejerció como periodista en el diario ABC en las secciones de Opinión y Documentación. Actualmente es Presidenta de la asociación literaria Verbo Azul, cuya revista, La Hoja Azul en Blanco, codirige junto a Juan José Alcolea. Su obra ha sido recogida en múltiples antologías. Colabora también en diversas revistas literarias como Pan de Trigo o Álora, la bien cercada, entre otras, y es miembro activo de varios foros poéticos en Internet. Como poeta, ha publicado con su asociación los títulos A veces alguien pasa, ¿Qué me quieres? y A la espalda del agua. Entre los premios recibidos citaremos el Primer Premio del Certamen de Poesía Mística "Martín Descalzo" de Valdemoro (Madrid), en los años 2002 y 2005.
POÉTICA: Cualquier intento de racionalizar el acto poético se me antoja temerario per se, desde el momento en que considero que la poesía, al menos en mi caso, nace siempre de un deslumbramiento, de una irrenunciable urgencia de derramarse sin más en el poema. Esta necesidad, fruto en sazón de una constante búsqueda de la otredad, de la inmanencia, llega en forma de relámpago, casi como si el primer verso, el orto, surgiera firme, intocable, preciso, con las palabras y la forma exactas. Entonces todo es posible, no cabe resistir, sólo esperar que se produzca el milagro y dejar que se abrasen las luciérnagas. Y al fondo, en un rincón, la primavera.
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Des cubrir te
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CUÁNTAS veces hemos visto florecer la hierba,
cuántas veces me has desnudado
mientras tu sonrisa
me acaricia.
Hoy estamos de nuevo aquí,
sobre la cama,
y la música nos envuelve,
y no queda aire entre nosotros,
y nuestras manos se enlazan
y se confunden,
y nos confundimos.
Me he vuelto a ti para mirarme en tu rostro;
desde tu cuerpo me llega la luz,
y me dibuja,
y nos dibuja,
y hace distintos nuestros contornos.
Estás tan cerca cuando te miro
que no veo dónde acaba tu imagen;
tal vez mis huesos levanten tu esqueleto,
tal vez tu pulso corra por mis venas.
Tu piel me queda grande,
me cae a tiras desde los hombros,
pero es hermoso sentir
cómo respiras en mis pulmones.
Somos uno, quizá no más que eso,
quizá no hayamos sido nunca más que eso.
Hablas, y en tus labios me sorprende mi voz.
me es ajena:
mis palabras suenan distintas en tu boca.
No digas nada, calla lo que sientes,
deja que adivine.

Sí, ahora vas a decirme que me amas,
y yo no quiero oírlo, no quiero saberlo,
no necesito saberlo.
Es tu sudor quien me lo grita,
tu esfuerzo por dar a mis poros tu propia esencia.
Y te amo,
y me amas,
y nos amamos.
Hemos vuelto a dejar el corazón
latiendo al mismo ritmo;
míralo, va a salírsenos del pecho,
va a estallar,
va a inundar las sábanas.
La sangre me cubre ya la cara,
me salpica los dientes,
acude a mi lengua
y yo la bebo.
Qué fácil es sentirse vivo,
qué fácil acabar muriendo,
abandonarse,
dejar que las fuerzas se escapen poco a poco.
Y esa cálida emoción,
ese mirarte,
ese no haber visto nunca
un amanecer parecido,
y saber que el sol
no es más que una bombilla de 60 watios,
y preguntarse qué diablos importa
que todo no sea tan perfecto.
Escucha,
me estoy diluyendo entre tus brazos,
y ya sólo queda húmedo
un rumor de amapolas.
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Con sudor de sangre
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SE quiebra este silencio de aceituna
sobre la frente en surco
en cálida condena.
Hoy muere el barro con sudor de sangre,
hoy besa el lienzo la faz
y sus confines habitan la esperanza.
Hoy te miro, el pecho atravesado,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxdoliente,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxgeneroso,
caudal de sombra bajo el árbol frágil,
vértice del amor, teorema exacto.
La higuera dio su fruto,
ungido el cáliz con crisol de espinas,
la boca atormentada de vinagre.
Así tuvo que ser, estaba escrito,
el cielo se vistió de mansedumbre,
tembló la noche y clausuró la espera,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxel dolor,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxla promesa
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy el espacio.
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Sigue muriendo Dios
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxY en tanto cada uno libra al día
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxa su pobre manera, mansamente
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxsigue muriendo Dios.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxJosé Miguel Santiago Castelo
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SIGUE muriendo Dios en todas partes,
en todos los embalases y quebradas,
en cada soledad
y en esta tarde
nudosa y carcomida de silencio.
Sigue muriendo Dios y todavía
parece que se muera
inmensamente muerto de amor,
inmensamente solo.
Como el tronco a la tierra
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxmaniatado,
en adarmes la ropa
y el cansancio,
se deja desgajar en mansedumbre,
reventado de lirios en rescate.
En el pecho
xxxxxxxxxxla herida de mi culpa,
a la espalda
xxxxxxxxxxla cruz y la blasfemia,
en concierto de luz y de ceniza,
sigue muriendo Dios
xxxxxxxxxxxxxxxxabandonado.
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Tanta tierra
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEs luz que no tiene noche
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxTeresa de Jesús
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NO me cabe en los huesos tanta tierra,
tanta herrumbre a la espalda,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxtanto frío;
no me cabe en las manos tanta lluvia,
no me cabe en los ojos
xxxxxxxxxxxxxxxxxxni en la boca
esta quietud de aljibes y de párpados.
Está la tarde gris
xxxxxxxxxxxxxxy se me agrieta
derramando la piel por las aceras
a zarpazos de sol,
xxxxxxxxxxxxxxa cuchilladas.
Ya no hay viento,
sólo un aire de almendras por las calles,
un silencio en guirnaldas
y un asombro
xxxxxxxxxxxde lunas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxen barbecho.
Mírame maldecirte con la luz a jirones,
silente el corazón
xxxxxxxxxxxxxxy amordazado.
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxComo si nunca hubiera sido mía,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxdad al aire mi voz
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxx.Claudio Rodríguez

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DAD al aire mi voz,
por eso vivo,
por eso permanezco como el agua
desnuda en los bancales.
A veces llegan versos a escondidas,
en un susurro lento tan cansado
que apenas si resiste
la agonía
de morirse de espaldas
cuando el alba se llena de cometas.
Dad al aire mi voz,
que no importunen
los álamos la urgencia de este vuelo,
que me saben a mar
las despedidas
y a septiembre
la piel de las campanas.
Dad al aire mi voz,
que en los caminos
se escriba mi memoria a ras de suelo,
que cuesta amanecer a bocanadas
y están los lirios
mordiéndonos los ojos.
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Vendrán otros
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ESTOY aquí,
xxxxxxxxxxxmiradme,
vuestro dolor es mío.
Me adumbra la impotencia
de vuestras bocas mudas,
el grito en aguacero,
las blasfemias.
Está el sol al acecho,
de bruces,
en pedazos,
pero es inevitable apuntalar la tierra
cuando el lirio dibuja mi esqueleto.
Devolvedme la luz si estoy ausente,
si miráis otros ojos en mis ojos;
devolvedme la luz
xxxxxxxxxxxxxxxy oscurecedla.
No os pido nada a cambio:
mi voz os pertenece.
Miradme aquí miraros
y recoged mis lágrimas.
No repitáis mi nombre,
esparcid el silencio y las cenizas.
Vendrán oros,
vendrán, estad seguros,
y ocuparán mi sitio.
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SE nos quebró la piel y sus costuras,
sus abismos de alfanje,
su memoria,
porque a falta de pago
nos fueron desahuciando las cenizas.
Como si de repente se estallaran los días
y no hubiera caminos
para herir de pisadas,
se orillaron los vientos,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxlos escombros,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxlas dunas,
y una estela de sombras
se hizo fuerte en los ojos.
De perfil
las acequias se volvieron mentiras
con su herrumbre de labios,
y un silencio a dos voces se instaló en los bolsillos.
Ahora escribo este octubre
para luz y piano
mientras oigo llorar a las cigüeñas
xxxxxxxxxxxxxxxxxen la botonadura de la lluvia.
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