Felipe Sérvulo. Licenciado en Historia por la Universidad de Barcelona, es miembro de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña. Ha publicado los libros de poesía: Hasta el límite de las violetas (La Mano en el Cajón. Barcelona, 1995), Las noches del sur (Colección Poetas. Jaén, 1996), Casi la misma luz (Tágilis Ediciones. Almería, 1999) y Cartografía de la materia (Diputación Provincial de Jaén). Su obra ha sido parcialmente recogida en algunas antologías: Verde – Blanco. Poetas andaluces (Málaga, 1982), Alga, 10 años de literatura (Castelldefels, 1992), Poetas (Ayuntamiento de Ponferrada, 2000), La espuma de los días. Selección de Anna López (Castelldefels, 2002), Así escribe Andújar (Ediciones Plaza Vieja. Andújar, 2005 y 2006) y 10 de Barcelona (Abadia Editors. Colección Lluerna. Maçaners, 2008). Ha obtenido, entre otros, los premios de poesía: Blas Infante. Cornellá de Llobregat, 1986, 1987, 1988; Sant Jordi. Castelldefels, 1986, 1987; Salvador Espriu. Barcelona, 1992 y Ciudad de Ponferrada. Ponferrada 1997.
POÉTICA: Padezco, con frecuencia, la presión de las palabras. Dudo un instante e intento ignorarlas, pero las palabras tenaces, se propagan relampagueantes por mi cerebro y quieren que las muestre. Intento coordinar los sustantivos, los verbos, los adjetivos, los pronombres, los adverbios… pero vienen en tropel; me apabullan, me confunden y no acierto a ubicarlos. Poco a poco las emociones se serenan y surge la precisa belleza. Aparecen tímidamente los arpegios, las crisálidas, las magnolias, las azaleas, las lilas, las aliagas, las besanas, los nenúfares, los céfiros, los solanos, los azules sin fin, que van encajando en el blanco, como encajan las manos cuando se estrechan cálidamente. Quizás, lo más difícil de la escritura es conseguir el ritmo. A menudo me agota y me hace dudar que exista lo que, impropiamente, llamamos inspiración. Pero el ritmo, como un susurro, va apareciendo y se hace presente y cadencioso en cada término, para acabar como una melodía que configura y sostiene como un esqueleto, la íntima estructura del escrito. Cuando lo consigo, despierto, me miro y entonces comprendo por qué sigo vivo.
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RESULTA que descubres
la palabra mayo
y esperas las estaciones
como una verdad.
Luego, la ciudad
muestra su faz envejecida,
la multitud envolvente,
la calle inmensa que desanda pasos...

(Al declinar la tarde
vi al hombre del fez
y a la mujer de los zarcillos,
y supe por qué, extrañamente,
se ama la distancia).
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DEBES creerme:
yo conozco otra ciudad
de apenas media luz.

De ropas como banderas
en los balcones.

Historias imposibles, un cielo sin consuelo
y días que humedecen.

Yo sé que este aire fronterizo
no arrastrará olores,
ni la rancia charlatanería de los trileros.

Mujeres en los portales,
soledad y cuatro palabras pobres
que se exilian: tal la vida
camino de La Rambla.
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CUANDO llegues, sí;
cataremos la malvasía
que inútilmente envejece
y aspiraremos el humo
de alguna hierba.

Cuando llegues, sí;
desbordará el calor
por nuestra piel,
y, quemar las naves,
será nuestra revolución.

Y si a las vísperas, tú,
te sientas a la mesa
y hacemos fuego,
será mi boca
la liebre al mediodía,
la jara pegajosa
en la cintura
y al norte, pasando
la serreta de tu pecho,
la fiesta en el portal
de tus labios.

Más lejos de ti,
reina del desierto.
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APARECIERON las horas,
pero las horas eran tuyas
y te volvían por el crepúsculo.

- Aquí sólo reina el tiempo,
me dijiste,
y los blancos rebordes
de las formas.

Apareció el camino
y pensé donde tu cuerpo,
pero mis manos de nubes
encontraron la lluvia,
hielo en el patio
y su cerezo seco.

Hierve el mercurio
de la fiebre
y la loba que baja
y bordea la cama fría...

Al levantarme,
encendí tu nombre
y el candelabro de plata
para seguir viviendo.

Que al despertar,
me confunde la aurora
y la aurora al día
y el día que te pierde.
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DICES que por oriente se fue
aquella muchacha rubia.

Y que apenas sería la mañana,
que ya trajo el arroyo
el color granado de la sangre.

Tú sabes que en un segundo
puede perderse el sol,
sentir la plañidera vieja
y, en los días de derrota,
sentir a cientos los instantes de la vida.

Pero, recuerdo, había otros sueños.

Y sucede que te hablo
desde un octubre sorprendido
en sus primeros fríos.

Bien lo sabes:
aquellos atardeceres rojos,
(quiero decir, mágico silencio).

Se acabó. Quizá el mar o el viento
ya no existan,
(quiero decir, nostalgia viva).

Y sucede que es otro hogar
la lluvia primeriza,
la primavera inútil
que pudo ser y no fue nunca.

Y es que te hablo
desde la palabra imposible,
(y quiero decir su nombre).
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